6 preguntas para el consentimiento

Intentando volver al blogueo bilingüe, les traigo un videito acerca del consentimiento.

El consentimiento es vital para que el sexo sea sexo, y no violación. Pero no nos enseñan nunca de qué se trata el consentimiento, o cómo buscarlo bien, así que en este video les comparto 6 preguntas que pueden hacerse para asegurarse de que el sexo que estan negociando sea consensuado.

 

Aqui la transcripcion del video:

Hola, soy Luisa Ramirez, educadora sexual, y en este video les quiero compartir 6 preguntas que he desarrollado para ayudarnos cuando no sabemos si lo que estamos haciendo o lo que estamos haciendo o estamos a punto de hacer es consensuado.

[texto en rosa: “¿cómo sé si esto es consensuado?”]

En el contexto de sexo pero también en otros contextos es completamente importante también. Entonces, si, 6 preguntas:

Pregunta #1: ¿Se sienten todxs libres de decir que no?
Si existe la posibilidad, sugerencia o potencial de consecuencias negativas para cualquiera. Como cuando hay un diferencial de poder, como entre maestrx y alumnx, el consentimiento no puede ser libremente otorgado. Una buena manera de promover un espacio seguro para decir que no es pre ambular preguntas con “Esta súper chido si dices que no, pero, ¿quieres hacer X? o “¿Te gusta X? Si no, podemos hacer Y, o lo que tu quieras”. Entonces, estas son formas que se puede checar, verificar, y asegurarnos de que existe espacio para un “no”.

Pregunta #2: ¿Se está entrando con entusiasmo?
Esto suena chistoso, pero si hay algún tipo de manipulación emocional, o preguntas cansonas, insistencia, coerción – o si el “si” suena más a un “Eh, ya que”, que a un “Si! Venga, con todo”- entonces es una buena idea verificar con nuestra pareja.

Pregunta #3: ¿Se vale cambiar de opinión? Y pregunta 3b: ¿Existe entre ustedes una confianza y comunicación de manera que todxs sabe que se vale cambiar de opinión?
El consentimiento verdadero se puede otorgar y retirar, sin tener que dar razones.

Pregunta #4: ¿Esta todo mundo de acuerdo?
Esto parece sentido común, pero eso luego eso falla. Entonces. La responsabilidad principal de checar es de quien inicia cualquier actividad sexual, pero es importante que todxs sepamos a lo que le estamos entrando. Entonces, si están en público por ejemplo, hay gente que pueda ver? Ellxs no están consintiendo a lo que están viendo. Entonces talvez consíganse un lugar más privado, más aislado, un poco más cubierto. Es importante que todo mundo que está participando, pasiva o activamente, este de acuerdo con lo que está pasando.

Pregunta #5: ¿Saben todxs a lo que están accediendo?
Si alguien es menor de edad, y/o si esta intoxicadx al punto de que se le barren las palabras o tiene bajo control motriz, es imposible que de consentimiento informado. De igual manera, si algún acuerdo previo al sexo se viola o se manipula a acceder – sea que tu pareja dijo que se puso condón y no lo hizo o si tú le dijiste a tu pareja que sabrías desamarrar las cuerdas en caso de emergencia y no sabes – el consentimiento que se da no puede ser informado.

Y, pregunta #6, finalmente: ¿El “sí” que se dio es a lo que están a punto de hacer?
El “sí” a una cita no es un sí a besarse, el “sí” a bailar no es el “sí” a agarrarle nada… CHICOS… un “sí” a besarse no es un “sí” a sexo vaginal, etc. El consentimiento a una cosa no implica el consentimiento a otra. Entonces hay que checar para cada cosa, sobre todo cuando son cosas nuevas con nuestras parejas – sean parejas de una noche o parejas de 10 años. Y ser lo más clarx y especificx que se pueda.

 

Estas son mis 6 preguntas. Espero que les ayude este video y estos tips para aclarar más el consentimiento, lo que significa, lo que no significa. Pueden comentar otras preguntas u otros tips que les han ayudado para saber cuando están teniendo sexo consensuado. Y pues, nos vemos en el próximo video.

El slut-shaming (o “Un día en la vida de una zorra”)

Con el título no quiero decir que yo soy una zorra. O talvez sí. Talvez no importa, o no debería de importar. Les cuento porqué no importa si me (o te, o nos) dicen zorra o mojigata o cualquiera de las mil palabras que tenemos para definir el grado o tipo de expresión sexual. Esas que todos conocemos.

Primero, les definiré el término slut-shaming – para el cual no hay traducción al español, lo cual es en sí interesante y bien diciente. Slut-shaming es un verbo creado (relativamente reciente, y es usado sobretodo en discusiones acerca de justicia social y sexismo) para describir la acción de atacar o avergonzar a una mujer en base a su expresión o actividad sexual: en base a cómo se viste, qué tan directos son sus avances cuando coquetea, “qué tipo de gente” frecuenta, qué tan tarde en la noche sale, qué tan frecuentemente/con qué tanta gente/cómo tiene/dónde tiene relaciones sexuales, qué tanto toma o fuma, cómo/qué se expresa acerca de temas sexuales, etc.

Todos lo hemos visto, lo hemos oído, hemos sido partícipes. TODOS nos hemos referido a alguien como una zorra, una puta, una fácil, una mujer de “moral flexible”, mujer de “útero alegre” (me da risa y pena éste término), etc. Todos hemos dicho cosas como “ay ya viste a ______, ¿qué no ve la imagen que da?”, “de una vez que cobre, ¿no?”, “..y luego se queja de que no tiene novio”. Tenemos tantos chistes, frases, eufemismos, que deberíamos de enterrarnos la cabeza en una maceta de la vergüenza. A mí me avergüenza al menos, muchísimo.

Pero bueno, a lo que iba. El que alguien pensara que soy una fácil o no, que soy una mojigata o no, me dejó de importar cuando me di cuenta que no importaba lo que hiciera, alguien iba a decir algo, lo que sea.

Primero, todos nos sentimos con derecho de criticar y vigilar la expresión sexual de todos, más aún de mujeres. ¿Por qué? Porque desde que somos pequeños, nuestra familia nos vigila constantemente, nos dice qué ropa no usar, qué no tomar, qué no hacer, qué no decir. Absorbemos esos juicios que pueden emitir sobre nosotros y como respuesta los utilizamos con otras personas, para colocarnos a nosotras mismas en el punto neutro – desde un aspecto psicológico, es totalmente lógico, como mecanismo para preservar el autoestima nos colocamos en el cero de la escala. Y pues siempre va a haber alguien más “zorra” que nosotras, siempre va a haber alguien más “mojigata” que nosotras. Y es por eso mismo que siempre vamos a ser una de dos en la mente y juicios de alguien más. Todas somos zorras. Para alguien.

Siempre va a haber alguien que nos considere demasiado “algo”. Alguien que considere nuestra falda demasiado corta, nuestros hábitos de fiesta demasiado locos, nuestra elección de compañía demasiado riesgosa, nuestro lenguaje demasiado vulgar. O al revés, nuestras elecciones demasiado cautelosas, nuestra falda demasiado conservadora, nuestros “No”s demasiado claros para los avances de alguien más.

Y en mujeres, esta constante vigilancia, esta constante paranoia de no ser juzgada como la “mala mujer” nos hace ejercer esa misma vigilancia y control social en forma de slut-shaming. Lo hacemos sin darnos cuenta que educándonos entre nosotras, cambiando nuestro lenguaje todas juntas, podemos dejarnos de criticar, entre todas. Tenemos ese poder, pues ser “zorra” es un constructo social para el cual no hay términos absolutos, solamente relativos a alguien más, y están en el lenguaje que usamos para referirnos a alguien cuya sexualidad es más abierta que la nuestra. Es como cuando manejas el auto: todo el que maneja más rápido que tú es un imprudente suicida, todo el que maneja más lento es un idiota lento que bien podría estar caminando. La diferencia es que en la sexualidad, hay diferencias, pero siempre y cuando sea consensuado, no hay formas “buenas” o “malas” de manejar.

El slut-shaming, como he mencionado brevemente en entradas anteriores, viene de una ideología sexista de controlar y vigilar nuestra sexualidad. ¿Por qué sexista? Porque se usan criterios completamente distintos para juzgar la expresión sexual de un hombre y de una mujer. El hombre que pierde la virginidad antes que otros es un héroe, la mujer que pierde la virginidad primero es o una fácil o una promiscua. El hombre que tiene sexo con más de una chica en un espacio corto de tiempo es un campeón, la mujer que hace lo mismo es una zorra. El hombre que habla de sexo es… un hombre, la mujer que hace lo mismo es una vulgar. El hombre que quiere algo casual es un hombre que “sí sabe”, una mujer que sólo quiere algo casual es una perra y una promiscua.

Por otro lado, el hombre que dice “no” de manera asertiva (no un “perdón, tengo novio”) es un hombre que sabe lo que quiere, la mujer que dice “no” de manera asertiva es una grosera o mojigata. Y si bien existen varios controles que avergüenzan al hombre que prefiere algo formal que algo casual, que no quiere sexo, que no le gusta el porno, etc., no son comparables en frecuencia o magnitud.

El slut-shaming, igualmente, es una forma en la que se nos mantiene “en línea”, por miedo a ser llamadas malas mujeres. Porque nos enseñan que nadie quiere a una mala mujer, que nadie la respeta. Y cuidado con esto último, pues esa frase que dice que “una dama se hace respetar” viene con muchas advertencias. Viene con una lista de instrucciones de vestimenta, comportamiento, vocabulario, compañía, horarios apropiados, en primera. Pero también viene con la idea ofensivísima y peligrosísima de que la mujer es la responsable de hacer todas esas cositas que vienen en el instructivo para que la respeten, pues si no las hace, no es digna de ese respeto. Porque si no lo hace, el hombre no tiene porque respetarla. ¿Qué se entiende por respetarla? No acosarla verbal o físicamente si ella no está de acuerdo, no abusar de estados de ebriedad u otro tipo de intoxicación, no hacer bromas y comentarios ofensivos, no tocarla si ella no lo pide, NO FORZARLA A HACER ALGO QUE ELLA NO QUIERE. Eso es lo que nos espera si llevamos la frasesita de “darse a respetar” a sus últimas consecuencias.

Esto me lleva, con toda confianza en lo que digo, a decir que el slut-shaming es una advertencia bien fuerte y clara: si una persona te considera una zorra, varias personas lo pueden hacer, y no te van a respetar en distintas maneras (burlas, acoso verbal, aislamiento social, acoso virtual, difamación), y alguna de esas personas que no te considera digna de respeto – porque pues eres menos humana cuando expresas algo tan pinche humano como es la sexualidad – puede violarte. Así que cuidadito con ser considerada zorra.

Y, ¿qué hacemos para que no nos consideren zorras? Encontrar a alguien cuya sexualidad sea “más criticable” según nosotras y nuestro círculo, encontrar alguien más a quién perderle respeto. Es lo que hacemos, pasarnos la bolita etiquetada “zorra” a alguien más, para que la pérdida de respeto sea a alguien más. Pero es que diciéndole zorra a una mujer, le estamos diciendo a un hombre “está mejor no respetarla (acosarla, ofenderla.. violarla) a ella que a mí. Si vas a violar a alguien – porque eso hacen los hombres, obvio (inserten sarcasmo aquí), pero de eso hablaré luego – ella se lo merece más que yo.”

 

En vez de promover, todas juntas, más respeto a nuestras decisiones y nuestros cuerpos, DE TODAS NOSOTRAS. El poder de decisión es algo que subestimamos, chicas, en serio. El mismo poder de decidir qué falda ponernos sin tener que considerar por qué construcciones vamos a caminar o quién va a pensar que somos fáciles es el poder de decidir que peleamos en las cortes para casarnos con quien queramos sin importar el sexo de la otra persona, es el poder de decidir si tenemos a un bebé o no (de forma higiénica y legal), es el poder de decidir si tenemos sexo o no y que se respete cuando decimos “NO”. Cuando no respetamos una decisión, estamos promoviendo que no se respete ninguna. Y si luchamos por una, tenemos que luchar por todas.

Y eso empieza dejándonos de decir zorras las unas a las otras. Empieza con dejar de juzgar desde nuestro “cero en la escala”, desde nuestra supuesta neutralidad. Diría que nadie es perfecto, pero en cuanto a sexualidad y cuerpo y espíritu, creo que todos los somos. Nuestra forma de expresar nuestra sexualidad, siempre y cuando sea consensuada, ES PERFECTA.

Hay muchas fuerzas y muchas cosas en el mundo que nos van a joder igual, que no seamos nosotras mismas las que lo hacemos, ¿no creen?

Es de viejas escribir chido.

Me encanta el lenguaje porque es moldeable, porque es poderoso. Pero como es esas dos cosas, puede moldearnos y ejercer poder sobre nosotros y otros. Es parte de nuestra identidad, de como nos ven otros. Es como vemos el mundo y cómo lo acomodamos y qué jerarquías permitimos o no. Puede ser súper íntimo – con códigos que sólo dos personas entienden, con palabras cariñosas que te dices frente al espejo cada mañana – o puede ser súper político. ES súper político, siempre, en a quien incluye y a quien excluye, a quien ofende y de quien es aliado. Aunque no estemos prestando atención, el lenguaje nos cae por detrás y nos apuñala en la espalda, evidenciando nuestros sentimientos, nuestros prejuicios más internalizados, nuestros privilegios, nuestra ignorancia. Creo que debemos prestar más atención, pues nuestra elección de palabras puede marcar la diferencia y dirigir qué conversaciones se tienen, a quiénes incluimos en vez de excluir, a quién dejamos de lastimar con lo que decimos.

El idioma como algo intrínsicamente sexista, racista y homofóbico es un tema demasiado amplio y complejo para abarcar ahora. Lo que quiero por ahora es compartir términos y frases que he estado adoptando o sacando de mi vocabulario, y porqué. Por supuesto, también los invito a explorar su propio uso del lenguaje y evaluarlo, investigarlo y cambiar hábitos a placer y necesidad. Son cosas pequeñitas que podemos hacer para mejorar nuestro entorno más inmediato, una interacción cotidiana a la vez.

Y pues algunos de estos términos y dicotomías que creo deberíamos de cambiar, son:

– Eso de “mi amigo gay” o “mi amiga lesbiana” cuando la orientación sexual no hace ni debería de hacer diferencia alguna en la conversación (o séase, la mayoría de los casos). A mi me parece como si el estándar es ser hetero y esa persona es la “rara” en tu círculo. También me hace pensar que tu juicio y el nuestro debería ser tomando en cuenta su orientación sexual, como si hiciera diferencia en el resto de su persona y experiencias automáticamente. Si estas usando eso como su identificador, estas poniendo esa parte de su persona por encima de otras características. Me hace pensar, de algunas personas, que lo están diciendo como si tener un amigo homosexual los hiciera más cool o mejores o más abiertos de mente o especiales, y todos debemos tomar nota de ello. Tener un amigo, gay o no, está chido, pero no te hace especial. Tener un amigo gay, igualmente, está chido, pero no te hace especial.

– Lo mismo va con “mi amigo negro”, “mi amigo transexual”, “mi amiga gorda”, “mi amigo sordo”. Son más que eso, en primera. Es como cuando dices “mi amigo guapo” (si te atraen los chicos, sobretodo), das a entender que eso es lo que más te importa o lo que primero pensaste para describirlos. Y no te oigo decir “mi amiga hetero”, “mi amigo cisgénero (volveré a este en un momento)”, “mi amigo sin problemas auditivos”. Usa otras cosas como referentes de preferencia, o no uses nada si lo que estas diciendo no tiene nada que ver con el adjetivo.

– Puedes intentar como yo usar ‘cisgénero’ para diferenciar de una persona ‘transgénero’. No digas ‘mujer de verdad’, o ‘mujer’ en oposición a ‘mujer transgénero’. Decir ‘mujer de verdad’ es más evidentemente ofensivo y transfóbico ya que estás quitándole validez al género e identidad de la persona transgénero, pero lo mismo pasa si dices solamente ‘mujer’. Estas marcando cual es el estándar y cual es la abnormalidad.

“Pero, yo digo normal como norma estadística”, ¿dices? Te tengo noticias, usamos esa excusa de normatividad estadística cuando queremos. Si decimos que es más normal que alguien hable inglés en Francia que Chino, estamos hablando de política, de visibilidad, de acceso, de recursos: eso es lo que nos hace pensar que es más normal. En una muestra aleatoria, considerando las probabilidades, sería más normal estadísticamente que hablaran chino, ¿que no? Mi analogía no es perfecta, pero creo que me hago entender.

“Pero, no conozco a nadie transgénero así que no estoy ofendiendo a nadie”, ¿figuras? Pues primero que nada, el león cree que todos son de su condición, a tí, ¿qué te hace pensar que sabes que hay bajo las pantaletas de todo mundo? Y aunque sea así, el lenguaje es como una bola de nieve. Tú usas el término cisgénero, dos personas de todas las que te escuchan se convencen y lo usan también, y ellos convencen a alguien más, y así se va. En algún punto del camino (o en todos), le diste voz a alguien que conoces y quieres, te separaste de la máquina que promueve la invisibilidad de la comunidad trans, detuviste a alguien que pudo haber lastimado, discriminado y ofendido a alguien más.

– Decir que algo es (y puede ser que esto sea más de la ciudad de la que vengo, pero existen términos así para toda latinoamérica, y casi podría decir que el mundo occidental) “súper marica” o “bien gay” en lugar de decir absurdo/estúpido/aburrido/cursi/molesto es 1) decir que esa actitud de la que se habla es de homosexuales lo cual es un estereotipo dañino, y 2) decir que esos adjetivos (aburrido, absurdo, etc) son equiparables con la gente que es homosexual. Es dar un juicio negativo a gente que es homosexual, tan simple como eso. No “te sientes super gay escribiendo esa canción”: te sientes ridícula, cursi, infantil, absurda. Que no son la misma cosa.

Asimismo, el que te digan “gay” como hombre o mujer hetero no debería ser un insulto, y no debería ser utilizado como insulto. Estamos diciendo que es malo ser gay, y no lo es.

Igualmente va para decir que “meter falta” (en fútbol) es “de putos”, ni hacer menos pesas es “de locas”. Meter falta es de gente cobarde, de gente abusiva, de gente grosera: adjetivos que no describen a gente homosexual (ni hablaré por ahora de esos insultos homofóbicos por sí solitos); hacer menos pesas es de personas con menos tono muscular, más delicadas, menos fuertes de brazos, menos experimentadas en el gimnasio, qué se yo.

– Lo mismo va para decir que algo es “de viejas” o que alguien está siendo “muy nena”, o portándose como “princesa” (dirigido a un hombre, usualmente). Estamos diciendo que algo (usualmente malo) es estereotípicamente de mujeres lo cual es en sí un prejuicio basado en roles de género arcáicos, y estamos diciendo que ser llamado mujer es algo malo y humillante para un hombre. Porque somos inferiores.

Mejor di “esto es de gente superficial” (que es en sí un juicio bien arrogante, pero ya mejor ni hablo), “estás siendo muy dramático” o “estás portándote demasiado demandante y quejumbroso”. Tan lindo que es el lenguaje y tan feo que es el sexismo.

– Relevante a recientes debates en Estados Unidos, y es algo que de ahora en adelante haré más esfuerzos por hacer: podríamos dejar de usar “matrimonio gay” en comparación con “matrimonio”. Voy a empezar a decir “matrimonio hetero”, pues ninguno debe ser más importante que otro, ni visto como más normal que otro. Son diferentes, como todos somos diferentes, pero no por jerarquía de normal vs anormal.

– A esta le voy a dedicar una entrada completa, pero déjense de decir zorras o putas o perras. ENTRE USTEDES. 1) Hacen que parezca bien que los hombres se refieran a nosotras así también, 2) ese insulto viene de un lugar sexista que pretende controlar nuestra sexualidad, y hacer de toda mujer que no cumpla con ciertos requisitos de “pureza” una “mala mujer”, la misma que obtiene lo que se merece si la violan o abusan de ella de alguna forma. 3) “Puta” se refiere a trabajadora sexual, y no debería ser ofensivo porque ser trabajadora sexual debería de ser tratado con dignidad. No son “menos” o “malas mujeres”. Pfft. y 4) si además del maltrato físico, económico, sexual, político de parte de hombres y el sistema misógino que los crió, nos vamos a estar tirando pedradas entre nosotras, estamos más de su lado que nunca.

Pues sí. Son unas cuantas maneritas en que podemos hacer del mundo un lugar más sano y más seguro para todos. Reconociendo prejuicios que tenemos bien por debajo de la piel hacemos que el ser racista, homofóbico, sexista sea menos aceptable para otros también.

"No es por ser racista, pero.." no es excusa para ser racista en el resto de la oración.

“No es por ser racista, pero..”, ESTAS SIENDO RACISTA.

En fin, los invito a cambiar hábitos de lenguaje, en serio. Es muy fácil y es un primer paso para quitarnos de muchas cosas que – créanme, no lo digo desde un pedestal, sé que es bien complicado – nos han enseñado muy probablemente desde peques.

Pues así es. Para otras cosillas chéveres acerca de prejuicios, lenguaje y otros:

Una propuesta para evitar el sexismo en el lenguaje

Nuestros prejuicios y la asociación implícita (o “controle a sus monstruos”)

Mulher Alternativa: 30+ exemplos de privilégio cisgênero

Cuando “zorra” no sea un insulto

El caso Steubenville, y los culpables de siempre

Ultimamente ha habido más y más cobertura de casos de abuso sexual, en especial en India y en Estados Unidos. Encuentro bastantes problemas en cómo han sido manejados en muchos medios, pero supongo que es preferible a que nadie hable de ello como si no existiera, como ha sido por muchos años.

Este domingo fue el juicio de los dos chavos en la Steubenville High School en Ohio, y fueron declarados culpables. El caso circuló y resonó por redes sociales y periódicos locales e internacionales. Posiblemente la cobertura más criticada fue la de CNN.

 

Para una crítica buena y completa de la cobertura de CNN, clickea aquí.

 

Y claramente, a mi también me molestó mucho su cobertura, las palabras que eligieron usar, su enfoque en el sufrimiento de los violadores y no de la víctima, en cómo 3 años de cárcel (¡¡SÓLO 3 AÑOS!! pffft) van a arruinar su prometedora carrera. Como si una prometedora carrera te hiciera menos violador.

Pero vamos, dejemos de hacernos los tontos, el problema no es sólo esa reportera ignorante e insensible, ni CNN, ni siquiera – aunque sea tentador decirlo desde Latinoamérica – Estados Unidos.

Con una gigantesca advertencia personal del tipo “estuve cerca de llorar leyendo esto”, les paso algunas reacciones en Twitter al caso de Steubenville.

Pasan por mi cabeza mil conversaciones de mi adolescencia, unas que me incumbían, otras que simplemente escuché, maneras en que me enseñaron como evitar que me pasara lo que a la chica de 16 años de Ohio: no tomar mucho, no usar mini faldas, no salir muy tarde a la calle, no ir sola al baño, no quedarme sola en un cuarto con hombre(es). Tendré que preguntarle a mi hermano si a él le dieron lecciones de cómo evitar violar, pero puedo apostar a que conozco la respuesta.

Puedo apostar también que casi todo el/la que me lea puede encontrar en su propia memoria conversaciones similares, voces internas similares. Estas voces que nos controlaron y vigilaron sexualmente toda nuestra vida son las mismas que se perpetúan en la televisión, en el cine, en la pornografía. Son las mismas voces que nos hacen juzgar a la víctima y no a los victimarios, que nos hacen fijarnos en cómo un juicio afectará la vida de los violadores.

Como si por momentos olvidáramos la función del sistema de justicia. La primera y más importante vida arruinada por lo que ocurrió – desde la violación y sus efectos físicos y psicológicos, hasta el juicio y sus efectos emocionales, hasta la cobertura periodística y sus respectivos efectos – es la chica, la víctima. Otras víctimas importantes son los padres y cercanos de la víctima, y de los victimarios, en diferente grado y sentido. Mucho después, está la discusión de las vidas arruinadas de los violadores. Y no podemos olvidar, no es el mismo tipo de discusión: la víctima no hizo nada cuya consecuencia sea una vida arruinada, los violadores sí. Su vida arruinada es una consecuencia directa no del juicio (no solamente), sino de su decisión de violar a una chica. Igual que un asesino es culpable de las consecuencias sociales, legales y otras, no la víctima por haber muerto. Suena estúpido y obvio cuando lo traduces a otro crímen, ¿no? ¿Por qué insistimos en tratar diferente estos crímenes de género?

 

Y esto nace de lo mismo que he discutido ya en este y en mi otro blog, que es la vigilancia de la sexualidad femenina. Esta vigilancia viene desde siglos atrás: cuando Eva no pudo resistir morder la manzana y convenció a Adán de hacer lo mismo, condenando a ambos a salir del paraíso; la idea antiquísima de que la mujer usa su sexo para manipular al hombre a la irracionalidad; la ropa excesiva en casi cualquier religión para evitar la mirada masculina, etc. El hombre no tiene la culpa de sentirse irracional e incontrolablemente atraído a una mujer,  y es la responsabilidad de la mujer entonces ejercer controles sobre sí misma.

No es nuestra responsabilidad el que los hombres no nos violen. No sé cuantas veces tengamos que repetirlo, pero no lo es. Paso por paso:

1. No es nuestra responsabilidad usar ropa más holgada o faldas mas largas para ver si así no nos acosan sexualmente. Usar una falda larga no significa que somos unas frígidas o unas machorras, así como usar mini-faldas no significa que estamos abiertas a lo que el hombre quiera, o a su mirada grotesca e invasiva sobre nosotras.

2. No es nuestra responsabilidad beber menos para que así les quede más claro el NO. Tenemos tanto derecho como los hombres a cualquier actividad recreativa (legal o no, es igual de ilegal para ambos sexos, ¿que no?). La cosa es que alrededor de 70% de hombres en universidades gringas indica en encuestas que violarían si supieran que se saldrían con la suya. ¿Por qué no entonces decirle a los hombres que controlen su consumo porque pueden volverse violadores?

3. No es nuestra responsabilidad mandar señales más claras al coquetear, para que no vayan a interpretar un “me caes bien” con un “dame sexo ya”. Hay varias relaciones equívocas en el coqueteo, en las cuales no profundizaré hoy, pero aquí va mi resumen: a) ser amable no es coquetear, es como nos educan a las niñas a ser, así lo que queremos realmente es mandarte al demonio, b) ser amable puede también ser sincero en sentido meramente amistoso, no todo mundo va a bares y fiestas a conseguir pareja, c) así como muchos hombres coquetean por el puro juego, nosotras también podemos, d) coquetear puede querer decir “me gustas”, lo cual no equivale a “quiero acostarme contigo alguna vez”, ni a “quiero acostarme contigo hoy” ni a “quiero acostarme contigo ahora mismo”. “Me gustas” significa “me gustas”, punto. Y NADA – a excepción de una plática explícita y sobria en la que ambos acuerdan eso – equivale a “quiero acostarme contigo así esté yo ahogada en alcohol”.

Nuestra única responsabilidad es decir que sí cuando sí queremos, es responsabilidad del hombre respetar que si no decimos “sí”, o si no estamos en un estado de conciencia total, es un “no”. Y antes de que me digan que entonces elimino toda la responsabilidad de la mujer: no lo hago. He conocido chicas que quieren emborrachar al hombre para que él acceda a ciertas cosas: es lo mismo, es violación. Está mal. Cuando no es un sí sobrio, consciente, no coercitivo, es un NO. Y es responsabilidad del otro respetarlo. Es responsabilidad del otro las consecuencias legales y sociales que resulten de sus actos.

Una imagen que encontré y resonó bien feo en mis pensamientos.

Una imagen que encontré y resonó bien feo en mis pensamientos.

 

Aquí van unos tips útiles para evitar estas situaciones “incómodas” de juicios y coberturas en CNN y demás molestias comunes.

– Si estás tomado, asume que no eres candidato a la cama de nadie.

– Si la chava que te gusta está tomada, acepta que no va a pasar ese día. Mejor platica con ella, pásala agusto y talvez otro día puedan salir y hacer algo más.

– Si te gusta mucho una chica y está tomada y dispuesta, pídele su número o su nombre en redes sociales, y déjala en paz. Lo peor que puede pasar es que se arrepienta de habértelo dado o tú de habérselo pedido. Lo mejor es que otro día salgan y hagan o deshagan, ambos conscientes de ello.

– Si algún amigo tuyo está acosando a una chica porque trae mini-falda, recuerdale que la mini falda es una elección de ropa, no de actividad sexual ni de disponibilidad, así como su cuello de tortuga no es indicativo de virginidad 😉

– Si estás con tu pareja y están tomando, antes de empezar a tomar platiquen al respecto y acuerden si sí tendrán sexo y acuerden parar si alguno de los dos se siente incómodo.

– Si tienes una pareja y están tomando y no tuvieron esa plática, pospongan el sexo. Tienen muchas noches y días sobrios delante de ustedes.

– Si tu pareja no está de humor esa noche, es un NO. Recuerda que no es tu propiedad, y el estatus de la relación no indica consentimiento para cada vez que TÚ quieras. No hay mejor sexo que el que se quiere con todas las fuerzas.

– Si estás en una posición de poder (en la que la otra persona puede no sentirse en plena libertad de decir que no, como una empleada o una alumna), de preferencia es NO. Pero si insistes, ten una conversación explícita, calmada, abierta al respecto, asegurándole que su empleo/estatus no se va a ver afectado por su respuesta. ¿En verdad quieres tener sexo con alguien que no te diría que sí si no fueras su jefe?

– Antes de cualquier avance con alguien con quien coqueteas, pregunta si está bien lo que estas haciendo, si están de acuerdo. Es extremadamente sexy y hará de cualquier experiencia algo mucho mejor.

 

 

Nota: me enoja muchísimo que las dos primeras páginas de Google cuando buscas “evitar violación” sean consejos para mujeres. No me sorprende, pero si me enoja mucho. Por eso busqué luego “evitar violación feminismo”, y aquí les van unas cuantas cosas.

Consejos para evitar una violación.

Feministas Feas: Como evitar una violación

Protocolo para casos de violación

San Andrés, el que llega cada mes (¿a quién se le ocurrió este ridículo eufemismo?)

Últimamente he tenido toda clase de conversaciones curiosas acerca de la menstruación. Y para los manes que dicen “Mejor me salto esta entrada”, les digo: es para ustedes principalmente. Ya sabrán si rompen mi corazón bloguero.

Tenemos, hombres y mujeres, muchísimas ideas de lo más locas (o desinformadas, o francamente ridículas) acerca de la menstruación. Muchas nos son heredadas de nuestros padres, otras de sutilezas en libros de texto en la escuela, otras de nuestras experiencias o, pues, ‘de oídas’.

De mi hermosa y decentemente liberal madre aprendí que uno debe ocultar cualquier evidencia de que está uno ‘en sus días’ (¿qué clase de expresión es esta? ¿qué no todos los días del mes son míos, o es que esos días son días sucios en que dejo de ser para el mundo y mejor debería recluirme?), debe uno bañarse más porque está uno ‘sucia’, debe uno no moverse mucho porque si hay un accidente es el San Seacabó para nuestra feminidad. De mi padre aprendí que a los hombres no les gusta que les hablemos de eso – y me pregunto, ¿qué ellos dejan de hablar de algo si les decimos que no nos gusta? ¡JÁ! qué buenos chistes cuento yo -, aprendí que si acaso nos oyen van a fingir que no oyeron nada para ‘ayudarnos’ (chicas, ¿qué haríamos sin ellos?) a preservar nuestra dignidad, nuestra feminidad (ush, ush, ando leyendo mucho esta palabra con respecto al periodo..). Y pienso, ¿qué es más femenino que un ciclo que nos conecta con la luna, que como toda función lleva a la homeostásis, que renueva nuestro cuerpo para la posibilidad de dar vida a otro ser humano?

De mis libros de texto aprendí que la menstruación es un desecho, un desperdicio, el proceso de un cuerpo desanimado porque no lo fertilizaste – ¡por andar persiguiendo ridiculeces como una profesión, independencia económica, viajes, una vida social u otras cosas de hombres! Favor de notar como bajo el mismo lente, y en materia de números (un óvulo vs. millones de espermatozoides), la masturbación, sexo oral y sexo anal de parte de los hombres es EL DESPERDICIO MÁS CATASTRÓFICO. Pero pues no es lo mismo, niñas. ¿Por qué? Porque Papá Dios es macho, no hembra. Ahora a callar y hacer bebés.

De los medios aprendí que la sangre del periodo menstrual es algo sucio (¿por qué más usarían agüita azul en vez de roja en los comerciales de toallas femeninas?), que entre mejor lo ocultes mejor, que es algo que uno aprende a odiar desde pequeña, que es muestra biológica de nuestra debilidad. Que hay que estar al tanto de lo ‘último’ (sí, claro, cof cof copa menstrual cof cof) porque esos días son un infierno mejor pasado con miles de productos para mejorar la invisibilidad, el olor, las hormonas, y todo lo que nuestro cuerpo HACE NATURALMENTE Y SU BENDITA RAZÓN TIENE.

Además, me parece ridículo estarle aventando mi dinero a unos taradetes dueños de compañías transnacionales por productos que después tengo que esconder a toda costa de ellos porque no los quieren ver, porque ‘guácatelas’. Pam-pli-nas, les digo.

También me he preguntado en estas conversaciones recientes, en serio, ¿qué coños tiene de sucio?

¿Que es sangre? Ok, puede no agradarnos la sangre, pero cuando nos cortamos el brazo o la rodilla no corremos a taparnos para que nadie vea tal aberración.

¿Que es líquido? Se me ocurren fluídos igual de desagradables que ciertos seres humanos hasta pseudo-exigen que traguemos. ¿Muy directa? UPS.

¿Que huele ‘desagradable’? [Ver pregunta previa]. Y huele a hierro. Supérenlo.

¿Que sale de ‘allá abajo’? 1. Nosotros también salimos de ahí. 2. Si les dan miedo las vaginas, tienen problemas más grandes en la vida. 3. Al menos son diferentes ductos, ¿saben? [Ver preguntas previas]

También hablábamos de la menstruación como tema de conversación. No es que adore hablar de mi periodo, pero odio – y no soy la única – que no se ‘deba’ hablar de él. Sólo digo esto: es algo que le sucede a la mitad de la población, es MÁS QUE NORMAL que se hable de ello. Y aquí sí que hablo de cualquier cosa desde sexualidad, hasta menstruación, hasta cosas que le ocurren a los hombres que quizá yo no he oído mucho precisamente por los gigantes estigmas alrededor del cuerpo.

Estas ideas tontísimas de la menstruación son más justificaciones sexistas para controlar y administrar el cuerpo femenino, para estigmatizarlo, para dominarlo. Como todo proceso, función, parte, del cuerpo humano, no es algo inapropiado, ni sucio, ni horrible. No es un desastre natural: es un ciclo que necesitamos. Me he dado cuenta que cuando dejas de ir contra-corriente – pun intended – y aceptas tus cambios hormonales, tu ciclo, y tu cuerpo, deja de molestarte. Es desde un recordatorio de que estás sana, de que tienes el hermoso potencial de dar vida (y en ocasiones una pequeña celebración de que ese día no-deseado no ha llegado) y de que eres jóven, hasta un ritmo que si lo sigues en vez de resistirlo, puedes hasta aprender de él y de tí misma en el proceso.

 

Aquí les paso algunas cosas chéveres para dejar de tenerle miedito y empezar a conocernos – chavos y chavas – mejor.

Breve Historia del Activismo Menstrual

CirculoIniciativo: LaMujerqueSoy | Caminando el Misterio de la Conciencia en su manifestación Femenina

Conozca los beneficios de tener sexo durante el periodo menstrual | LaRepublica.pe

Oye ¡güerita! quién fuera tu ginecólogo…

A veces la gente no comprende porqué el acoso sexual en las calles es algo grave o preocupante. Porqué importa, porqué nosotras las feministas nos ponemos “de intensas” al respecto: “pero si sólo son manes divirtiéndose sin afectar a nadie”, “¡es una broma!”, “son sólo palabras, ¿sabes? no estamos haciendo nada”, o la absoluta peor de todas, “deberías sentirte halagada”.

Quiero hablar de cada una de estas justificaciones, y otras. El acoso en las calles es algo serio. Y me voy a referir a ustedes, hombres (hetero, supongo, aunque si eres un hombre acosando a otros manes también es para ti esta entrada) que nos gritan, manosean, fotografían de forma sexual, chiflan, tocan el cláxon, o cualquier otra señal grotesca dirigiéndose a una mujer desconocida (o que no te dio su consentimiento) en un espacio público. Me voy a referir a ustedes que creen que no es la gran cosa pues son chavos decentes que no harían nada malo.

1. Sí, son manes divirtiéndose. Y yo sé que la mayoría de hombres (hetero) encuentran diversión en el cuerpo femenino. Yo también encuentro diversión en el cuerpo de personas del sexo opuesto – o del mismo para tal caso. Pero, ¿podrían, como yo, divertirse solamente con el cuerpo de alguien que ha dado su consentimiento para ello? ¿Así porfis? Así pueden divertirse entre ustedes todo lo que quieran, y dejarme a mi en paz. No he dado ni daré mi consentimiento jamás a que un man grotesco (nada que ver con apariencia, chavos: si me acosan en la calle me parecerán grotescos) tenga “diversión de hombres” a costa de mis senos, mis piernas, mis nalgas/cola/pompas (el problema de saber que me leen de distintos países hispanohablantes). Yo decido quien se divierte conmigo, ¿estamos?

2. El acoso en las calles no debería ser divertido. ¿Les parece divertido cuando alguien que no conocen los hace sentir humillados, incómodos, cosificados, devaluados y les arruina su día entero? A nosotras tampoco.

Nadie debería encontrar divertido el violentar a otra persona, el dañarla. Lo que me lleva al siguiente punto.

3. No es sin afectar a nadie. Por supuesto que a ustedes no les afecta, ustedes son los que están acosando. Pero si nos daña a nosotras, nos afecta en varias maneras.

Primero, nos hace sentir incómodas. Y si estas haciendo algo que incomoda a la mitad de la población mundial colectivamente, y eres una persona decente, dejarías de hacerlo.

Nos hace sentir que no estamos a salvo, seguras. ¿Por qué? Porque no hay garantía (no tenemos manera de saber que eres un chavo decente y no-violador porque no estás haciendo lo decente que es no chiflarnos) de que nos atacarás sólo con palabras, primeramente. No hay garantía de que no nos vas a toquetear, seguir, asaltar, golpear, violar. Probablemente tienes la fuerza física para hacerlo. Tienes también la actitud desagradable hacia la mujer y el machismo que se requiere, claramente (¡nos estás chiflando! no somos perros, ¿sabes?)

Nos hace dudar de nuestra persona y nuestro valor como seres humanos completos, no sólamente, como dicen “senos con patas”. Nos hace internalizar tus claxonazos y empezar a cosificarnos a nosotras mismas. Nos hace pensar que nuestro valor como personas y nuestro acceso a tu atención está solamente en nuestro cuerpo y qué tan bien nos veamos nos veas.

Nos hace sentir como ciudadanos de segunda, pues claramente las calles y otros sitios públicos no son tan nuestros como tuyos.

4. Esas no son bromas. No encontrarías gracioso si una broma consistiera en tenerte cuidando tus alrededores a cada instante mientras caminas a tu casa, evaluar tu elección de ropa dependiendo de si tienes que pasar por el sitio de construcción o no, tener que asegurarte de estar con alguien cuando pasas por ciertas calles, manejar tu horario de manera que no estés fuera a ciertas horas. Te aseguro, no te gustaría el chiste. No se te haría tan divertido si dañara TU libertad, si tus papás te dijeran, “No, hoy no te puedes ir de farra con tus amigos porque hay unas personas allá afuera que sienten derecho de evaluar como te verías desnudo”.

5. Tú eres el único que sabe que son sólo palabras. Como dije, no tenemos forma de saber que eres un hombre decente pues no te estas comportando como tal. Tenemos miedo de responderte pues te puedes enojar, o violentar, o ser más grotesco en tus comentarios. Podrías tocarnos, o seguirnos, o quién sabe qué mas. La sociedad nos enseña que debemos temerle a los hombres, pues no sabemos qué puede pasar si cruzamos esa preciosa línea que los hombres cruzan todo el tiempo: con sus comentarios, su acoso, su mirada no bienvenida, sus chistes sexistas, sus amenazas de violencia, sus violencias socialmente-aceptables (porque, no es de damas levantar la voz, claro). Le tenemos miedo, más que nada, a la idea machista de que tienes derecho sobre nuestros cuerpos, a ser violento si no nos acomodamos a tus caprichos.

No queremos averiguar si eres un violador o si “solamente” hablas como uno.

6. El que me acosen en la calle me hace muchas cosas: me enoja, me decepciona, me atemoriza, me molesta, me incomoda. Pero no me halaga.

El que pienses que me halaga es en sí un insulto. No busco la aprobación masculina, lo creas o no. Y puede sonar a frase de feminista enojada y sola, pero creeme que no lo es. (Por mucho tiempo lo fue, claro. Tomó tiempo el valorarme – toda yo, incluyendo pero no sólamente mi cuerpo). Mucho menos busco la aprobación de hombres que ni siquiera conozco ni me importan. Sé cómo me veo, sé que tengo senos, muslos, brazos, nalgas. Estoy conciente de mi anatomía, y me siento sexy por lo que siento, por lo que veo en el espejo, por lo que soy. No porque hiciste alusión a lamer mis partes (quisiera estar inventando que alguien me ha dicho esto).

 

Un güey una vez me dijo que al menos me prestaban atención, que a muchas chavas ni les chiflaban. En ese momento yo no era tan respondona, ni tenía tanta confianza en mi misma, ni sabía qué tan sexista había sido su comentario, pero ahora que pienso en él me dan ganas casi de llorar. Me hace pensar que en materia de reclamar las calles, los salones de clase, los autobuses, el mundo, tenemos muy poco espacio siempre y cuando no reclamemos primero esa dicotomía estúpida y reduccionista de “hot or not”.

Si somos de las suertudas que somos consideradas bonitas en estándares de hoy en día, nos acosan diariamente, nos cosifican. La gente se sorprende de que seamos inteligentes, de que seamos feministas. Nos tienen con estándares muy bajos, y nos socializan así. Nos dicen que todo lo que tenemos es belleza, y que ésta será lo que nos de poder en la sociedad patriarcal en la que vivimos. Nos dicen que debemos también cuidar esa belleza, que no se vaya; que debemos odiar a otras mujeres pues son nuestra competencia por esa mirada masculina que debemos buscar siempre.

Si somos, por otro lado, de las suertudas que no son acosadas en las calles diariamente y cosificadas y no tomadas en serio, entonces somos ridiculizadas constantemente, botadas a un lado. Nos dicen que no tenemos ese valor femenino de la belleza, entonces no valemos nada. Nos hacen pensar que nunca nos vamos a casar (¡y eso es una catástrofe!), que nunca tendremos nada que valga la pena.

En resumidas cuentas, no podemos ganar. Nos hacen dudar de nosotras mismas constantemente. Nunca somos suficientemente bellas. Pero, si fuéramos más bellas, tendríamos más poder, más amigos, más dinero, más empleos, podríamos hasta escoger a nuestro esposo. Podríamos ser más bellas, pues las revistas y el acoso y la pornografía nos dicen que ni somos tan bellas. Así que devoramos cada producto que nos promete ser mejores como mujeres. Pero es que o somos demasiado bonitas para nuestra conveniencia o no somos suficientemente bonitas. No podemos ganar.

Además, hay muchas cosas que sí me halagan. Que me reduzcas a un cuerpo sin persona al cual tienes derecho y el cual tienes derecho a criticar a placer no me halaga. Si eres un man saliendo conmigo y me dices que me veo linda, sí me halaga – no es que estemos en contra o blindadas contra cumplidos o contra sentirnos y que nos hagas sentir bellas, obviamente. Pero ahí habría consentimiento en cuanto a cierta cercanía e intimidad, a un espacio personal reducido en comparación a una banqueta. Se entiende que la interacción es más profunda que partes del cuerpo a las cuales chiflar.

En la calle, quiero sentirme segura, respetada, y que me dejen en paz. Claramente no quiero que me hagan sentir como un hueso en un patio de juegos de machos en el que quien quiera puede y va a disparar groserías o chiflidos hacia mí. Claramente no quiero, después de ser acosada, que me digan que les “regale una sonrisita, mami” que porque “¿por qué tan seriecita?” si me están halagando. Tengo que sonreír para hacerles saber que estoy más que de acuerdo con sus avances, y es que, ¿quién no lo estaría?

 

Se me ha hecho temerle a mis calles, a mi ciudad, a mi propio cuerpo y feminidad toda mi vida. Mientras crecía ni siquiera cuestioné nunca que jamás debería caminar sola, o tarde en la noche, o portando cualquier prenda fuera de una sudadera con capucha. La sociedad me ha hecho sentir que debo vestirme como hombre para que así me traten como hombre, o séase con respeto. Mostrar que soy mujer sería mostrar que soy débil, que me pueden no respetar, que me pueden engañar, que me pueden tocar o atacar pues no hay nada que temer en mi cuerpo y mi persona. Que estoy “abierta” al acoso. Me enseñaron bastante claramente que caminar sola en mi ciudad, como mujer, es dejar que me hagan lo que quieran, pues me lo estoy buscando. Crecí con miedo de cruzármele a un man, de provocarlo, de causar que se bajara del coche del cual me esta gritando y que me hiciera algo. ESO ES EL ACOSO EN LAS CALLES.

El acoso en las calles, más que nada, es un modo de vigilar y supervisar nuestros cuerpos y nuestra sexualidad, las horas del día a las que salimos y bajo el cuidado de quién, vigilar que no estemos ‘rondando por ahí’, a dónde y cuándo salimos, qué hacemos. Es literalmente asegurarse de que no se nos deje solas ni un momento, “por nuestro propio bien”. Es asegurarse de que nos quedemos en casa. Y puede que no nos lo pongan así, con esas palabras, pero eso es lo que efectivamente hace con las mujeres. Si andamos caminando por ahí solas de noche, seguramente somos “chicas malas”. Así que obtenemos lo que merecemos: paranoia, acoso, y quién sabe qué más. Si no queremos ser víctimas de estas cosas, o de la vergüenza de ser llamada “promiscua” o “mala mujer”, más nos vale quedarnos en casa, más nos vale caminar con un hombre a lado nuestro. Más nos vale no ser vistas donde no debemos estar.

 

no piropo

Yo me rehúso a aceptar esto. Tenemos derecho a nuestras calles, tenemos derecho sobre nuestros cuerpos, nuestra auto-estima, sobre lo que vestimos, dónde estamos y cuándo. Tenemos derecho al mismo ambiente seguro que cualquier hombre. Tenemos derecho a dejar de contener o doblegar nuestra sexualidad porque un hombre no puede guardarse sus comentarios. Tenemos derecho a no ser juzgadas, avergonzadas. Tenemos derecho a decidir sobre lo que nuestros cuerpos, nuestra ropa, y nuestro horario dice de nosotras; a no dejar que un hombre decida esas definiciones por nosotras.

 

Únanse a estas campañas 😉 y chequen este reportaje y entrevista, súper interesante.

 

– Interviene cuando alguien está acosando a alguien más. Dile que está mal y porqué.

– Calmadamente acércate y diles porqué te lastima lo que acaban de gritarte. Esto toma mucha valentía, pero puedes intentarlo (cuando no estés en peligro tú, claro).

– Toma fotos de los agresores. Ponlas en la calle: “No respeta a mujeres”, “Cuidado con este auto, no te respeta”.

– Habla con la víctima del acoso en la calle. Hazla sentir segura y tranquilízala. Ayúdale a hacerle frente a los agresores.

– Cuenta tu historia en http://www.ihollaback.org/#

Podando dilemas

Hasta hoy, escribiendo esta entrada acerca del pelo – y creo que solo hablaré de una pequeña parte hoy -, no había pensado mucho en el tema. Ahora voy descubriendo que tengo muchas opiniones acerca del cabello. Muchísimas.

Empecé pensando en la guerra feminista contra la depilación. Luego pensé en los argumentos A FAVOR de depilarse, que usualmente son ya sea de higiene o de estética. Me leí unas cuantas cosillas acerca de la historia del vello (en especial en nuestro Jardín del Edén *dice riendo como niña boba*) y su trato en términos culturales y médicos también.

Para empezar, un poquitín de trivia:

– Basándose en la pintura y las artes, se ha hipotetizado que en el antiguo Egipto, la manipulación del vello en mujeres era común, y era signo de estatus. Una cosa similar ocurría en la antigua Grecia, en este caso para hombres y mujeres por igual.

– En la Edad Media, la depilación del vello púbico era utilizado para evitar piojos en el área.

– En Japón fue ilegal hasta los 90’s que se viera el vello púbico femenino en ninguna forma de arte.

– Se puede encontrar el término en inglés “manscaping” en el Oxford English Dictionary.

Já! En fin.

El argumento de la estética puede ser resumido así: está asociado con ser cuidadoso con la apariencia, con que se considera sexy, con que se ve “limpio” (cuando el vello es la forma natural del cuerpo de mantener limpia el área, irónicamente). La moda en la pornografía a partir de los 80s y 90s de mostrar menos y menos vello ha sido sugerida como posible causa de la resurgente obsesión popular, así como el capitalismo (¿muy vaga? Pues la industria de belleza que se agandalla tu dinero gastado en cremas, lociones, mil productos de depilación, más cremas, duchas vaginales que realmente ni sirven y te dan infecciones vaginales. Todo eso.). También se ha sugerido, y tiene sentido, que el área cada vez más reducida que cubren tanto trajes de baño como ropa interior coincide cronológicamente con modas en depilación del área. Otra teoría algo escabrosa y perturbante es que la obsesión con la juventud y la sexualización de niñas cada vez más jóvenes: entre menos pelo haya, más se ve uno como una niña pequeña. Pero esta teoría está de lo más desagradable, así que pretenderé que nunca leí eso.

Aunque claramente la presión hacia la mujer en cuanto a cabello es más grande, la presión hacia el hombre también ha incrementado en últimas décadas (más gente comprando productos=más capital=hombres gordos felices con los numeritos en Wall Street).

Podría hablar de estética por siempre. De lo que la estética popularmente aceptada dice de la mujer – que tiene que siempre verse “bien” para el hombre, que nunca es suficiente lo que hace para ello, que tienen que verse “puras” (en el Renacimiento las trabajadoras sexuales se depilaban la zona púbica para mostrar a sus clientes que no tenían infecciones), que los olores naturales son no-femeninos, etc. De lo que dice del hombre: que rasurar la cara está bien porque te consigue un trabajo (e independencia financiera y control), y ahora con las modas cambiantes, otros tipos de depilación están bien porque te consiguen pareja (lo cual tiene sentido cultural y evolutivo). Pero eso ya lo hemos visto antes. Sólo diré que es otra manera en que la sociedad vigila, controla y administra nuestros cuerpos, y eso no me agrada en absoluto. También puedo decir que, estéticamente, no encuentro ningun problema con el pelo en ninguna parte. Para mí, “sexy” está en lo que comunicas con tu cuerpo y cómo te sientes al respecto.

Y lo que Amanda comunica es RAWR.

Y lo que Amanda comunica es  “rawr!”

El argumento de la higiene es básicamente no existente. Primero que nada, hay más evidencia de efectos negativos y posibles infecciones asociadas con depilar el vello púbico, como dermatitis, irritación, infecciones vaginales. No hay mucho que la ciencia diga o haya dicho acerca del vello púbico. Así que la estética gana.

Y el feminismo me viene a la cabeza.

No voy a colocar esta entrada a nivel personal, pues porque es mi asunto. Lo que sí es que voy a compartirles cosas que he leído, escuchado y visto informal y formalmente. Para muchas mujeres – en especial en círculos feministas – el vello es un asunto político, un espacio político: su cuerpo es su protesta. Para otras mujeres y la mayoría de los hombres, la depilación tiene varios posibles motivos:  “Lo hago cuando no me da flojera”, “Lo he hecho desde pequeñ@”, “Lo hago sólo cuando tengo pareja sexual”, “Sólo en el verano”, “Lo hago si la pareja lo hace”, “Lo hago cuando estoy de humor”, “Me parece desagradable dejármelo”, “Lo hago porque a mi pareja le gusta”. Leí una entrada de blog en la que la chava, tras depilarse por primera vez, se autodescubrió y al verse realmente, se sintió más cercana a su propio cuerpo; desde ese momento no dejó de depilarse.

Una buena amiga me dijo recientemente, platicando del tema, que para ella el asunto era extremadamente político, y que odiaba cuando un hombre daba por hecho que tenía que estar depilada o lo exigía. Al mismo tiempo, me dijo que ella sabía que a ella le gustaba que le dieran sexo oral y sabía que era más fácil y agradable si estaba rasurada, y que su pareja se veía más feliz haciéndolo así, así que se rasura. Me lo dijo tan simple como esto: la política no se iba a atravesar en su camino hacia muchos orgasmos. Me pareció graciosísimo, y un buen lema de vida, ni siquiera sólo hablando de cabello.

Este tema es uno grande para el feminismo, y con buena razón. Es una de las muchas exigencias que tenemos como mujeres y que no tienen sentido. Igulamente, es una de las muchas áreas que no nos permiten estar en buenos términos con nuestro propio cuerpo y nuestra propia humanidad; es otra condición para nuestro amor propio.

blasfemiaaaaaaaa

blasfemiaaaaaaaa

Los conceptos de belleza son constructos sociales y están siempre situados históricamente, pero esto no los hace menos reales en los efectos que tienen. El hecho que la mujer sin depilar, sin implantes, sin maquillaje sea un fetiche en la pornografía mientras que la mujer depilada, con asoleado artificial, con implantes y con mucho maquillaje sea la norma me parece aterrorizante.

En un mundo ideal, a mi parecer, a nadie le importaría mucho el cabello – que si el de la cabeza lo tienes corto eres lesbiana, que si en las axilas eres sucia, que si en las piernas eres machorra, que si en el pubis te vas a quedar sola – y ocuparía la gente más de su tiempo en cosas que sí vale la pena pensar: pobreza, violencia, vida sustentable, hambruna. Incluso en hacernos mutuamente felices mediante pequeños actos de generosidad. Puedo pensar en mil cosas más importantes que Gilette no resuelve, desafortunadamente.

 

Los enlaces en esta entrada son en inglés. Si encuentro datos y artículos en español, los estaré compartiendo lueguito.

– The Feminist Hair Dilemma

– Shaving, ‘Virgin’ waxing and porn

– Mi favorito: una crítica feminista al argumento feminista de no rasurarse/depilarse. Interesantísimo.

– The war on pubic hair: la guerra de recientes décadas

– The Last Triangle: Sex, Money and the Politics of Pubic Hair

 

Y si quieren leer más al respecto, cito los artículos en los que me baso para esta entrada:

Herzig, R. (2009). The Political Economy of Choice: Genital Modification and the Global Cosmetic Services Industry. Australian Feminist Studies,24(60), 251-263. doi:10.1080/08164640902887452

Ramsey, S., Sweeney, C., Fraser, M., & Oades, G. (2009). Pubic Hair and Sexuality: A Review. Journal Of Sexual Medicine6(8), 2102-2110. doi:10.1111/j.1743-6109.2009.01307.x

Tiggemann, M., & Hodgson, S. (2008). The Hairlessness Norm Extended: Reasons for and Predictors of Women’s Body Hair Removal at Different Body Sites. Sex Roles59(11/12), 889-897. doi:10.1007/s11199-008-

Trager, J. K. (2006). Pubic Hair Removal—Pearls and Pitfalls. Journal Of Pediatric & Adolescent Gynecology19(2), 117-123. doi:10.1016/j.jpag.2006.01.051

Hoy, 8 de marzo, quiero ser mujer por un día.

Hoy, 8 de marzo, quiero ser mujer por un día.

Por Eddie Abramovich

Hoy quiero ser mujer por un día.
Estar en Darfur y saber qué se experimenta cuando mi cuerpo es botín de guerra de las tropas sudanesas.
Estar en Kosovo y saber qué se siente cuando un soldado de la ONU, bien pagado y alimentado, me exige mi cuerpo a cambio de una ración de comida para mis hijos.
Entrar a un juzgado como abogada y sentir la humillación de que un secretario me mire el culo en lugar de mirarme a los ojos.
Entrar con mi guardapolvo de médica a la cafetería de un hospital y verificar que mis colegas varones cuentan los chistes e historias más soeces cuando yo estoy presente.
Ser la hija púber de una puestera en el noroeste argentino y oír cómo el patrón le reclama a mi madre que me entregue a él esta noche. O una niña aborigen violada por chicos blancos absueltos por jueces blancos en un fallo de toda negrura.
Cumplir quince años y pedirles de regalo a mis padres unas tetas de silicona y ver cómo ellos me lo conceden sin tratar de persuadirme de lo contrario. Tratar de entender por qué todas mis amigas también parecen ser infelices, devaluadas y despreciadas mientras no consiguen sus nuevas tetas de silicona.
Cumplir alguna edad por encima de los 50 y enterarme de que mi esposo cuenta por ahí, entre risotadas, que soy una bruja gorda, y tratar de entender por qué nunca se ocupó de avisarme que me había convertido en una bruja gorda. Tratar de recordar cuándo fue la última vez que me compró algo bonito o me elogió los zapatos, o se dio cuenta de que había cambiado mi peinado. O en todo caso, la última vez que comentó conmigo un libro, una película o una noticia del diario.
Querer ir a la escuela para aprender a leer en Guinea Ecuatorial, Ghana o Burkina Faso y saber qué se siente cuando me dicen que no, que no necesito leer para atender con mis manos desnudas una labranza cada año menos provechosa.
Ir a una comisaría a denunciar un abuso sexual y saber qué se siente cuando dudan de mi palabra o me convierten en sospechosa.
Ir a otra comisaría a denunciar que mi marido o novio me molió a golpes y tratar de entender por qué me preguntan si, en realidad, no me caí por la escalera.
Quiero por un día ser una mujer bosnia, o rwandesa, o juarense(de Ciudad Juárez, recuerdan?), o tucumana, o dominicana, o guatemalteca. O una de las quince mil niñas expulsadas de las escuelas en Tanzania en sólo tres años por quedar embarazadas. O una de ese veinte por ciento admitido de mujeres de los 27 países de la Unión Europea que sufren algún tipo de violencia doméstica. O una obrera u oficinista norteamericana empleada en esa automotriz japonesa que inventó el “control total de calidad”, para experimentar cómo es esperar diez años para que mi sindicato me asista en una demanda por acoso.
Quiero tener por un día ojos de mujer para mirar desde ahí la grotesca miseria del machismo.

No puedo hacer nada de esto, claro.
A duras penas puedo imaginarlo, y es tanto el horror, tan furiosa la indignación que me provoca, que me parece que únicamente las mujeres pueden tener el coraje y el instinto para resistir todo esto y, si sobreviven, seguir adelante.
No es necesario ni útil, tampoco, que yo imagine ser mujer por un día. Las mujeres tienen, en otras mujeres igualmente valientes, voces suficientemente autorizadas. Todo esto está dicho, denunciado, recopilado, documentado, registrado. Todo esto ha sido una y otra vez reclamado a gobiernos y organismos internacionales, a las democracias, las autocracias y las teocracias.
Pensándolo bien, creo que hoy preferiría ser gallego.
Sí, gallego, porque me he enterado de que en Galicia se ha formado una organización de varones, la primera, dedicada a combatir y erradicar el machismo. Gallegos, los de los chistes de gallegos, de cejas hirsutas y acento montaraz, fueron pioneros en las agrupaciones y foros contra el machismo que luego se replicaron en toda España.
Quisiera tener por aquí cerca a un grupo de pares, de varones, que pudiéramos marchar hoy con esa pancarta que dice “no seas macho, sé hombre” que vi por televisión en unas marchas en Lugo y Santiago de Compostela.
Quisiera que, dentro de un año, el 8 de marzo, la lista de triunfos en favor de la igualdad de las mujeres sea, de una vez por todas, mucho más larga que la lista de agravios.
Hoy no seré mujer, ni siquiera por un segundo. Pero me sentiré cerca de cada mujer. Y de cada hombre que se sienta cerca de cada mujer. Muy cerca.

Yo seguiré en pie el 9 de marzo, ¿y tú?

He mencionado ya antes, en mi otro blog, y lo repito cada vez que alguien menciona el Mes de la Historia de la Mujer o el Día Internacional de la Mujer: no me gusta mucho. Diré por qué.

Veo varios problemas con estos Meses Internacionales de Minoría-Que-Ignoramos-el-Resto-del-Año. No sé exactamente cómo decirlo muy elocuentemente, así que aguántenme’ahi.

El problema, en mi opinión, no está dentro de la comunidad feminista, ni la comunidad feminista que no se dice feminista porque es una palabra “demasiado fuerte” en la cultura dominante, pero que son bajo toda definición feministas. Esta gente es la que celebra y considera profundamente el rol de la mujer todos los días, esta gente es la que no necesita realmente el Mes o el Día de la Mujer de cualquier manera. Y entiendo como reclamar y re-apropiar un mes por y para nosotr@s está chido, pero el activismo no es sólo acerca de ver a la misma gente en cada evento feminista, sino preferentemente ver más nuevas caras cada vez.

No digo que tenga yo la solución a esto. Es un gran problema para cualquier organización de cualquier tipo – como hacer creyentes a los que normalmente no lo son.

Y es que, por un mes, sí vemos una que otra nueva cara. Sin embargo, – y lo he visto una y otra vez y he hablado de esto con otras personas – como si fuera una tarea escolar el asistir durante ese mes, esas caras desaparecen por el resto del año, acaso para reaparecer al siguiente año. Por un mes, y para latinoamérica más probablemente por un día, varios toman ciertos minutos de su rutina para pensar qué tan chingonas son las mujeres y cómo sus derechos importan – y sí, a esa profundidad llega el análisis para la mayoría de la gente que conozco fuera del mundo activista – feminista – de ciencias sociales. Después de ese día o ese mes, siguen con su vida usual, con su privilegio usual intacto. [No olvidemos que parte de ese privilegio es que un hombre sale de un evento feminista y puede olvidar lo que aprendió, sin consecuencias. Una mujer no puede olvidar su historia y su lucha, jamás.] Siguen con su vida, y no es que sean malas personas, pero han sido socializados en roles sexistas, actitudes, sexistas, creencias y prácticas sexistas. Pareciera, entonces, que un día o un mes o no es suficiente, o no lo estamos haciendo suficientemente bien como para que importe y haga una diferencia.

Es como si la historia de la mujer, su lucha y sus derechos, fueran cosa de marzo solamente. Los derechos, necesidades, experiencias de la mujer son un asunto de todo el año, de toda la vida. [La historia de la gente negra sucedió y sigue sucediendo cada mes del año, no sólo febrero. Ellos llevan reclamando sus derechos y su igualdad cada día de cada año, no sólo el día de Martin Luther King.] Y nosotros – y por nosotros me refiero a todo aquel que lea este blog y encuentre algun tipo de significado en las palabras “Las mujeres, minorías raciales, gente discapacitada, no-heterosexuales, no-cisgender también son seres humanos” – necesitamos que eso quede claro. Nosotros debemos reclamar nuestro lugar en la educación formal, en las clases de historia, en museos de arte, en cada foro donde se comunica “conocimiento”. Debemos reclamar el mainstream cada día del año, no conformarnos con las caras familiares. Debemos admitir que aunque sea algo que una feminista no dice, necesitamos a los hombres si queremos verdadera igualdad. Necesitamos educarlos y necesitamos que entiendan que somos aliados, y que el sexismo los afecta muchísimo a ellos también. Necesitamos poner más atención a por qué muchas mujeres están en contra del feminismo (no solamente descartarlas como víctimas del patriarcado), cómo cambiar eso.

Yo, yo reclamo (aunque suene yo como una perra aguafiestas) cada que alguien me felicita por ser mujer el 8 de marzo.

Ser mujer (que, por cierto, ¿qué coño significa eso? ¿Tener cromosomas xx? ¿tener una vagina? ¿vestirme cómo chava? ¿tener senos? ¿identificarme cómo una “ella”? LA GENTE ASUME MUCHAS COSAS) en sí no es un logro. Nunca rendirnos en nuestra lucha por reclamar lo que es nuestro como seres humanos, tras siglos de opresión, después de tanto daño que se nos ha hecho y se nos sigue haciendo, ESO es un pinche logro.

No necesito que me felicites por no haber nacido con un pene (¿o sí? no asumas tonterías, chico cisgénero). Necesito, si realmente me quieres celebrar, que leas acerca de nuestro pasado y nuestro presente – te incluyo unos enlaces para que veas qué chida soy -, que grites “¡patrañas!” cada vez que la educación formal y los medios ignoren nuestra historia y experiencias, que evalúes tu propio privilegio masculino, que te unas a mi lucha. Necesito que estés a mi lado, en la línea de fuego, el primero de abril, y cada día que sigue.

Algunas aclaraciones y más información:

Cisgénero – Wikipedia, la enciclopedia libre

En México, el Día de la Mujer debería ser una fecha de luto: Norma Andrade

Estadísticas mundiales sobre la violencia de género

La mujer en Colombia en cifras

UNIFEM identifican retos en la igualdad de género del Cono Sur

te quiero libre

Kamchatka frente al espejo

Quiero hablar del cuerpo humano.

Últimamente he estado conectando muchos puntos, muchos instantes distintos en mi memoria: experiencias, anécdotas escuchadas, consejos, conversaciones sobreentendidas. He estado recordando distintos momentos en los que se me enseñó – directa o indirectamente – al igual que a muchos, que el cuerpo humano es algo prohibido. Y no sólo prohibido: algo sucio, algo con lo que no estar cómodo, algo que se debe ocultar, opacar, esconder. El más mínimo indicio de que existe desnudez – de que existe una mujer – debajo de toda esa ropa, algo de mi “pureza”, de mi “dignidad”, de la más íntima instancia de mi feminidad y mi persona se iba a perder. Una silueta siquiera ya es una desvergüenza.

No quiero hablar mucho de cómo el cuerpo del hombre no está tan rodeado por un aura sobreprotectora, vigilante, controladora y opresiva como el de la mujer, ni de mi trauma, por ejemplo, con que los senos sean lo mismo en hombres que en mujeres – si quitas el tamaño y la habilidad de lactar (la cual no es particularmente seductora, al menos en mi opinión) – y sin embargo la sociedad ha hecho de los senos de mujer un show, un fetiche y un motivo de control, y de los senos de hombre una irrelevancia que mostrar donde sea.

Quiero discutir más bien de cómo la vergüenza, la censura del cuerpo, la incomodidad bajo nuestra propia piel está trágicamente internalizada. Nos escondemos constantemente; cuando no lo hacemos, dejamos, al no saber qué hacer, que los demás dicten que significa lo que mostramos y lo que no. Y no es que crea yo que todos debamos andar desnudos por las calles (no porque sea indigno o inmoral, sino porque se pierde lo sexy de estar desnudos en momentos selectos), ni que estemos evolucionando de alguna manera u otra al mostrar cada vez más (especialmente las mujeres).

Lo que sí creo es que mientras le demos valor moral al cuerpo humano, seguiremos completamente atados y condenados a no conocernos en absoluto. La profundidad de un escote no dicta la calidad moral, ni intelectual, ni espiritual de una persona, una silueta desnuda que se ve en una ventana no determina ningún rasgo de personalidad ni expresa ningún aspecto de la sexualidad de nadie. De la misma manera, un tatuaje no es un indicador de intelecto o capacidad, ni el peso de una persona necesariamente dice algo de los hábitos, higiene o salud mental de esta persona. Lo sé, lo sé, estoy hablando de muchas cosas que requieren más profundización, pero en fin.

Queremos constantemente regular el cuerpo, estandarizarlo, emitir juicios morales basándonos casi exclusivamente en él. Pero somos (o deberíamos ser) nosotros los que le damos significado al cuerpo. A nuestro cuerpo solamente, y nadie tiene derecho a cambiarnos nuestras propias definiciones, límites, símbolos.

No deberíamos de tenernos tanta pena. Creo realmente que deberíamos de jugar más con nuestra propia simbología, empujar nuestros propios límites, deconstruír nuestra socialización.

Hacer una verdadera revolución: comenzar a amar nuestro cuerpo, cada parte de él, incondicionalmente (¿qué relación más duradera y más digna de cultivar que con nuestra propia piel?). Sólo así podemos usarlo al máximo, pero usarlo como nosotros queramos. No necesariamente como herramienta de poder, de dominación o de manipulación. Utilizarlo para encontrar un balance, para expresar nuestras ideas, para sentirnos mejor física y mentalmente. Para ser lo que queramos y ser los mejores que queramos.

Para tener un refugio. Pero no un refugio cualquiera, un refugio decorado, posicionado, entendido como cada uno decida. Un lugar que sea totalmente nuestro, y que si lo compartimos, sea con quien(es) queramos. Que eso también sea respetado.

Que una vez re-ocupados nuestros cuerpos, re-inventados y profundamente libres, podamos encontrar  bajo nuestra piel el Kamchatka que todos necesitamos: ese sitio decorado personalmente, esa arma de belleza que nos protege pero nos une con todas nuestras demás fortalezas y con el universo también.

RAWR :)

Nadie puede decirte que no eres el león más pinche feroz del mundo, ¿vale?

[Nota: Si no sabes de qué Kamchatka hablo, consíguete el libro pero YA]

Algunos links acerca de autoimagen, el cuerpo humano, y otros:
Autoimagen: ¿Es posible desafiar el concepto mediático de belleza?
Las mujeres y la reapropiación de su cuerpo
Cuerpo y mujer, violencia y placer: Tránsitos de Malignas Influencias
Tu cuerpo es un campo de batalla